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Desfile #Prada 2020 #Moda

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Herramientas de glamour, uniformes de belleza. Para la colección otoño/invierno 2020, una consideración de la fuerza de la mujer, un énfasis en una autoridad inherente que se encuentra en lo que es intrínsecamente femenino. En lugar de una negación de la identidad, una celebración. La influencia de la mujer.

Las raíces originarias del glamour y la belleza sirven como una abreviatura estética para las definiciones típicas de la feminidad, sinónimo de suavidad, fragilidad y sensualidad. En este caso, esas cualidades se defienden para ser desafiadas, su reflejo en la retórica visual entrega ejemplos combinados deliberadamente para contradecir, neutralizar y proponer un nuevo significado. Paradójicamente, la delicadeza puede definir la fuerza.

Lo tangible y lo animado enfatizan la conciencia kinestésica: las aberturas, los flecos en capas y los pliegues deconstruidos revelan la piel, y señalan el movimiento, el cual está ligado a lo corpóreo, al atletismo, por lo tanto a la ropa deportiva: las prendas de todos los días, hoy en día. Aquí, lo cotidiano se corrompe por el glamour, las formas y las funciones desafiadas, cambiadas de lo práctico a lo estético.

El poder se puede encontrar en el placer: las combinaciones de elementos de este léxico de glamour expresan el mando, incluso la fuerza. Los estrictos trajes sastre se contraponen en su yuxtaposición con los componentes de la lencería; los clutches estilo minaudière, las polveras con espejo, los bolsos y la bisutería –mecanismos de autorepresentación femenina– se mezclan con fabricaciones utilitarias en nylon y metal, como herramientas funcionales. Símbolo de la mujer, las flores son un motivo recurrente de variada aplicación. El concepto de “abrigo de piel” explota, imitado a través de la textura aborregada o el flequillo, su silueta se refleja en el nylon acolchado. El volumen crea ecos de reloj de arena de lo eterno femenino, ceñido en la cintura.

La realidad se intensifica, un estado onírico descubierto en lo cotidiano. Los colores son extremos, fabricaciones surrealistas en su incongruencia. Sin embargo, hay una realidad innata y palpable  –un sentido de la indomabilidad de la humanidad, de la naturaleza, de la continuación de la vida. La ropa refleja el pluralismo y la complejidad de las identidades femeninas– de las mujeres que encarnan múltiples ideas del “yo”, simultáneamente. Desafiando cualquier categorización simplista, reflejan la relación siempre fluctuante de las mujeres con sus propias identidades.

EL ESCENARIO ESTABLECIDO: TRAYECTORIAS

La escena es simple pero dinámica: una serie de portales organizados simétricamente alrededor de los patios marcan un umbral entre el interior y el exterior. Gráficos sinuosos trazan, desvían e involucran objetos y aperturas dentro del patio, cubriendo el suelo y continuando por la pared, creando así un espacio tridimensional unido. A lo largo de las paredes, aparecen flores de geometría audaz entre los gráficos, haciendo eco de las fachadas de los edificios secesionistas vieneses. En el centro de cada composición hay una estatua de Atlas abstraída en una serie de planos deslizantes y entrelazados. Más allá de las paredes negras, en el borde de cada espacio, brilla un misterioso éter rojo, marcando tanto el límite como lo ilimitado del escenario.

La relación entre la moda en el escenario y el público reunido arriba es simultáneamente distante y voyeurista. Las modelos deambulan por el espacio, apareciendo y desapareciendo, siguiendo trayectorias invisibles que desdibujan el límite entre lo expuesto y lo oculto.

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